jueves, 31 de mayo de 2012

Descolorida.



       Siempre le decían que parecía una pequeña guerrera, siempre a la defensiva, siempre atacando, siempre preparada para maniobrar, siempre evadiéndose de la realidad. Le dijeron que siempre se iba entre las ramas, que parecía vivir entre árboles alejada de toda cruda realidad, encerrada en su coraza, bajo su casco de combate y sus pájaros, pájaros en su cabeza, que sólo hacían que revolotear y distraer su mente escurridiza. Le decían una y otra vez que a pesar de ser una adulta, de fumar cigarrillos y salir de madrugada parecía una niña, una cria maleducada y apática. Una niñata que parecía no importarle lo que a su alrededor ocurriese, los gritos que se oyeran, las sirenas de ambulancias que sonaran o las malas miradas entre la gente. Siempre le decían que bajara ya de las nubes, que dejase tranquilo el sol, que ella nunca sería una estrella ni brillaría como el solitario rey. Le decían que se la imaginaban pintarrajeando su rostro mientras silbaba alguna melodía infantil y ridícula. Le decían que era una dejada, una descuidada, una indolente. Le repitieron una y otra vez que a su mundo no le pertenecían tantos colores, tantas luces, tanta vida. Le dijeron que debía bajar a la realidad, abandonar su casco, dejar de escuchar sus pájaros y limpiar su hedienda y mugrienta ropa, poner los pies en la tierra y avandonar el sol, al cual ella no pertenecía.
         Le decían y le decían, tantas y tantas veces... que acabó creyéndolo y se regaló al mundo, a la "realidad".
Abandonó su casco y dentro de él las ramas y pajaritos que anidaban su cabeza. Borró el sol de su piel y limpió su forma de verse. Para la gente, para la multitud, para el rebaño, para lo normal, aburrido y gris, ella, ahora, era una más, una oveja que seguía a sus compañeras, que no destacaba, comía, trabajaba y dormía como todas las demás.
Todo esto le llevó a enamorarse, a sufrir, a sonreir, a llorar, a disgustarse, a reir, a maldecir, odiar y repugnar. La balanza se sobrecargaba en lo negativo y carecía en lo positivo. Y un día, después de poner patas arriba lo que hasta entonces le habían inculcado que debía ser su hogar (o almenos un hogar), furiosa con las horas, el tiempo, la desdicha, la ruina, el malestar, el egoismo, la penumbra y la preocupación, encontró por casualidad su libertad. Escondido un nido de gorriones dentro de un casco le hicieron pensar. Con aquellas ramas, dos cordones y camisetas viejas habían creado lo que sí realmente era un hogar.
           Ella no pensó más y esta vez, pero de verdad, se puso su casco militar, ató las ramas en él, se vistió comodamente, pintó su rostro y anidó su cabeza de nuevo, está vez para no cambiar jamás.

Dicen que camina por ahí sin saber muy bien a dónde va, que no da explicaciones, no cruza palabra alguna con nadie y no deja de silbar. Dicen que vuelve a ser la que era pero ahora ya, desgastada de tanto machaque, sin brillar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario