martes, 9 de marzo de 2010

Recuerdo


Salió de casa. Miró al cielo, esa noche las estrellas habían decidido no brillar.
Respiró profundamente y caminó sin más. Sin rumbo, sin meta, sin destino.
El cielo parecía quebrarse sobre su cabeza, pero ya nada importaba. Si debía
caerse que cayera, si debía destruir todo a su paso que lo destruyera.
Caminó con el paso perdido, lento y triste. Miró el cielo de nuevo y sintió
como lloraba sobre él. Las nubes habían roto, y lloraban sobre el asfalto vacío.
El eco de sus pasos, se hacía escuchar en toda la calle. El silencio se mezclaba con
el sonido incesante de las gotas de lluvia chocando contra el suelo.
Sintió nostalgia, sin saber muy bien de qué, ni porqué. Pero sintió la pesadez,
el lúgubre resquicio de los recuerdo. Pensamientos de antaño revoloteando y
rebotando por su mente. La agonía se apoderó de su cuerpo. La lluvia atacaba
cada vez con más fuerza. Los charcos crecían bajo sus pies como crecía y se
agigantaba los viejos recuerdos en su interior. Ya no quedaban ninguno de
aquellos momentos, de aquellas sonrisas que tan solo surgían sin más. Al ver un
nuevo día, al contemplar anochecer, cuando el sol se dormía y la luna salía a
pasearse en la oscuridad de la noche.
La agonía, la angustia se hacían notar a cada paso, eran fuertes y él ya no quería
luchar más.
Aquella noche la feria resplandecía en el puerto, mientras las olas animaban con
su música la fiesta local.
Él no escuchaba música ninguna, el mar era como el eco de sus recuerdos, de los
días de verano, de los castillos de arena.
Se sentó en el muelle, profundizando, como buceando, en el reflejo de la luna
sobre el mar. Recordó y lloró.
Ya no quedaba nada de aquello. Se habían muerto las sonrisas, se habían
olvidado las caricias. Se habían secado los besos y las miradas se rompieron.
Entonces miró al mar, frente a frente, cara a cara. Desafiante. Desafiándolo.
Detestó el reflejo de la nocturna, el sonido de la marea y la florescencia de la
feria en la ciudad. Odió el olvido y el recordar.
El agua estaba helada. Un escalofrío recorrió su espalda. Sumergió su cuerpo
con lentitud. La luna observó el acontecimiento con atención. Asombrada,
perpleja, asustada. Su brillante luz se apagó un instante, el mismo en que él
dejó de recordar, de sentir y de respirar. Expiró su último aliento y le dio la
espalda a la vida, ignorando el futuro, el mañana, dejándose llevar por el
rumor del océano, derrotado por la vida. Tan irónicamente.

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