miércoles, 31 de marzo de 2010

¿Sabéis..?

¿Sabéis, cuando pasa
que la saturación
destruye todo
y lo ocnvierte en nada?

¿Cuando pasas
de tenerlo todo
a poseer el vacio

...o tal vez al revés.

Y es tanto y tanto
que se escapa
de las manos...
Se cae entre los dedos
y se rompe contra
el suelo,
antes, intentado
ser salvado por tí,
pero revota y revota
y termina terminando,
como todo al fin y al cabo,
hasta llegar a nada.

¿Sabéis cuando todo
gira sobre su eje
y acaba saliéndose
de su órbita por
su propio peso?

¿Cuando tienes
tanto que no
quieres nada?

¿Cuando deseas
"nada" más que "todo"?

¿Cuando odias
todo más que nada?

Yo estoy ahora
viendo como se
escapan entre mis
dedos mis sentimientos,
que ya pesan
tanto que me
tienen...


agotada.

jueves, 18 de marzo de 2010

Fin


El día se despertó oscuro, noche.

La luz se había escondido, todo era lúgubre y triste.

Una sensación de pesadez, de angustia invadía mi cuerpo. Solo deseaba que las horas se ahogaran en la prisa y que pasara todo aquello. Sentir mi cuerpo de nuevo mío y no notarme agotada y derrotada.

La llamada llegó justo en el momento adecuado. Antes de descolgar un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La voz era llorosa, podía casi escuchar las lágrimas corretear por su mejilla, peleando por llegar antes hasta la barbilla y quebrarse de un golpe en el suelo.

La noticia no era feliz. Lo sabía. El día me lo había anunciado,el escalofrío me lo había recordado.

Todo apuntaba a que la tristeza rellenaría las largas horas del día.


Colgué. El silencio se hizo mi compañero y la sensación de vacío, de derrota,de final alegó ser mi mejor amiga. Quede muda. Silencié y lloré. Creo que no era por añoranza, por el dolor de una pérdida, simplemente, creo, que era por el echo de que otra vida más se marchaba, sin decir nada, sin avisar. Se alejaba para no volver, abandonándonos en este mundo, cruel y malvado. Nos debajaba solos, acompañados tan solo de personas, de multitud, ruido y luces. Se iba y no decía adiós, simplemente marchaba.


Después tampoco fué tan mal. Los minutos se apiadaron de mí y me dejaron marchar pronto de ese fatídico día. La verdad es que me regalaron sonrisas y llamaron al olvido para que viniera a visitarme. Él lo hizo. Y pude sonreír.


Al día siguiente sabía, que tenía que enfrentarme. Debía ser fuerte.Llegó el momento y una sensación de agonía y asfixia me robó mi cuerpo.


Tampoco tenía tantos recuerdos de él. Tampoco lo quería tanto como para morir de pena. Pero sentía un pesar en el pecho, un...algo, que no me dejaba respirar profundamente.

A mi cabeza venía la Navidad, la cena de Noche Buena y su rostro al final de la mesa, riendo y bromeando, junto a los suyos, feliz. De nuevo sentí pena, pero esta vez, pude controlar mis lágrimas, y mordiendo mis labios les pedí que se quedaran donde estaban, que no saliesen ni rozaran mi piel. Me obedecieron.

Las campanas golpeaban una y otra vez, como sus recuerdos en mi cabeza. Incesantes y prnunciados, insistentes y agresivos.

Al entrar en la iglesia, se respiraba un ambiente hostil, silencioso y a la vez tan y tan ruidoso, repleto de silencios que gritaban hasta quedar afónicos la pena que no les cabía dentro. El frío se adueñó del lugar y por un momento casi temblé.

La gente se miraba sin mirar. Las paredes repletas de dibujos. Cristos y virgenes rodeándonos, sentí miedo. Pánico de que la gente creyera en aquellos estúpidos fantasmas. Me senté al lado de mi familia. Y de repente todo el mundo se alzó. Y cuando mi mirada estaba lo suficientemente alzada, quise no poder ver.

Ahí estaba. El ataud.

Él iba dentro, ¿como cabía ahí? Yo me asfixiaba tan solo de ver la madera, de ver la caja rodeada de flores. Intenté no mirar, me aconsejaron que no lo hiciera. Pero no pude remediarlo, y miré, y lloré después. Las lágrimas ya andaban como por su casa, paseaban por mi rostro sin vergüenza. Yo las secaba una y otra vez. Pero las malditas volvían, aunque cada vez con menos fuerza e intensidad.


Más tarde, tras sentarnos y levantarnos a capricho del sacerdote, salimos de allí. La gente se acumulaba en la puerta, como si de conseguir las últimas entradas de un concierto se tratara. El agobio se subió a mi espalda. No podía hacerlo bajar. No pude despedirme de él desde cerca, tan solo desde mi cabeza, desde mi corazón, desde su recuerdo en mi mente. Tampoco pude dar el pésame a nadie.

El mundo volvió a desaparecer, para aislarme entre la gente amontonada y hacerme pensar.

Que rápido tenemos todo, dominamos nuestra vida y lo perdemos en un instante. Alguien viene y se lo lleva, nos aleja de lo de siempre y quedamos en la nada, flotando, recordando y deseando olvidar. Sin más.

Volví a la tierra cuando me comentaron de ir al cementerio. Volvió el escalofrío a recorrerme, se vé que me echaba de menos.


Ya habíamos llegado cuando caí en al cuenta de que el día había pasado volando, y que todavía quedaba lo peor, abrazarlos a ellos, a los que habían perdido un trozo de vida. Temía por ese momento, por derrumbarme, por ellos. ¿Que decir? ¿Que hacer?


El cementerio era un desierto de lápidas. El césped era verde intenso y el sol iluminaba cada uno de los recobecos del lugar. Apesar de lo que era, un sitio de descanso eterno, repleto de cuerpos inmóviles, atrapados, solitarios, me gustaba. Era tranquilo, tal vez un lugar para pensar, para escribir.

Entramos en el crematorio, allí estaban todos. Deambulando, perdidos, náufragos.

Ella, abrazó a toda la gente que andaba dando vueltas sin dirigirse a un final. Nos dejó a nosotras para lo último. Corrió en nuestra dirección, y nos abrazó como no recuerdo que lo hiciera nunca. Las lágrimas surgieron,no pude controlarlo. Mojaron mi rostro, el suyo, mis manos, las suyas, su ropa, la mía. Los sentimientos salieron a golpes de mi pecho, arramblando con todo lo que llenaba la sala, introduciéndose en ese abrazo y haciéndolo durar unos minutos.
La gente que vagaba nos observaba, perpleja.

Acabó aquel instante y deseamos marcharnos de allí otra vez. Ya habíamos demostrado los sentimientos, aflorado el corazón, no teníamos nada más que hacer.

Nos marchamos. Sentí un gran peso alejarse de mí, bajar de mi cabeza y quedarse en aquel tranquilo y silencioso lugar. Sonreí sin saber por qué.

Allí acababa todo, el sufrimiento de toda una vida, el cansancio, la desesperación.


Allí finalizó todo, una historia, esta historia, su historia.

domingo, 14 de marzo de 2010

Llueve

Camino.

La lluvia me empapa.
Esta lluvia de indecisión y miedo.
Esta lluvia de cobardía y temor.
Esta lluvia, maldita lluvia.

No puedo escapar de ella.
Allí donde vaya, esta la lluvia.
En mi cabeza llueve.
En mi corazón llueve.
Maldita lluvia.


Entristezco.

Pues el sol que parecía haber salido
parece muerto entre la tormenta.
No hay luz, y la necesito.
Todo volvió a oscurecer.

La tormenta y el gélido frío se apoderan.
Acaparan todo mi ser y lo paralizan.
Los pensamientos me aturden.
Las ideas se mezclan.
Todo por esta maldita lluvia.

Desaparezco.

Me pierdo entre mi razón y el corazón.
Desvanezco entre la coherencia y la lujuria.
Me hago invisible.
Me escapo y quedo inexistente.

Deseo tanto huir.
Correr lejos, hacia el cénit.
Llegar al extremo y abrir las alas.
Dejar que el viento me lleve a ninguna parte.
Y alli descansar sin esta maldita lluvia.

sábado, 13 de marzo de 2010

sshhs, silencio.

Enmudezco ante la idea de dañar,
de matar o destruir.
Quedo perpleja ante la idea de herir,
de golpear y romper.

Silencio.

Eso es lo que necesito,
el ruido de la nada.
El sonido de lo vacío.

Y no pensar.

Quiero vaciar mi mente
de todo intruso pensamiento.
Mudar mis ideas a las afueras.

Cerrar los ojos.

Dejar que todo vaya pasando,
sin mas, ni menos, sobresalto
que el del despertador molestando.

Y volar.

Desaparecer donde no haya amor
que golpee en mi pecho
para volverme loca y acabar dañándome.

Alejarme tan al horizonte
que mi pelo se mezcle con el atardecer.
Y quedar como un bonito recuerdo,
una sonrisa de añoranza y poco más.




¿Por que duelen tanto las lágrimas,
si son líquidas y no de acero?

Las mías parecen que rasguen mi rostro
y golpeen quebrando el suelo.

No quiero más lágrimas,
quiero sonrisas.
Miles de ellas,
brotando sin permiso de mis labios
y mostrándose al mundo sin dañar.







Necesito un mundo de sonrisas.


martes, 9 de marzo de 2010

Recuerdo


Salió de casa. Miró al cielo, esa noche las estrellas habían decidido no brillar.
Respiró profundamente y caminó sin más. Sin rumbo, sin meta, sin destino.
El cielo parecía quebrarse sobre su cabeza, pero ya nada importaba. Si debía
caerse que cayera, si debía destruir todo a su paso que lo destruyera.
Caminó con el paso perdido, lento y triste. Miró el cielo de nuevo y sintió
como lloraba sobre él. Las nubes habían roto, y lloraban sobre el asfalto vacío.
El eco de sus pasos, se hacía escuchar en toda la calle. El silencio se mezclaba con
el sonido incesante de las gotas de lluvia chocando contra el suelo.
Sintió nostalgia, sin saber muy bien de qué, ni porqué. Pero sintió la pesadez,
el lúgubre resquicio de los recuerdo. Pensamientos de antaño revoloteando y
rebotando por su mente. La agonía se apoderó de su cuerpo. La lluvia atacaba
cada vez con más fuerza. Los charcos crecían bajo sus pies como crecía y se
agigantaba los viejos recuerdos en su interior. Ya no quedaban ninguno de
aquellos momentos, de aquellas sonrisas que tan solo surgían sin más. Al ver un
nuevo día, al contemplar anochecer, cuando el sol se dormía y la luna salía a
pasearse en la oscuridad de la noche.
La agonía, la angustia se hacían notar a cada paso, eran fuertes y él ya no quería
luchar más.
Aquella noche la feria resplandecía en el puerto, mientras las olas animaban con
su música la fiesta local.
Él no escuchaba música ninguna, el mar era como el eco de sus recuerdos, de los
días de verano, de los castillos de arena.
Se sentó en el muelle, profundizando, como buceando, en el reflejo de la luna
sobre el mar. Recordó y lloró.
Ya no quedaba nada de aquello. Se habían muerto las sonrisas, se habían
olvidado las caricias. Se habían secado los besos y las miradas se rompieron.
Entonces miró al mar, frente a frente, cara a cara. Desafiante. Desafiándolo.
Detestó el reflejo de la nocturna, el sonido de la marea y la florescencia de la
feria en la ciudad. Odió el olvido y el recordar.
El agua estaba helada. Un escalofrío recorrió su espalda. Sumergió su cuerpo
con lentitud. La luna observó el acontecimiento con atención. Asombrada,
perpleja, asustada. Su brillante luz se apagó un instante, el mismo en que él
dejó de recordar, de sentir y de respirar. Expiró su último aliento y le dio la
espalda a la vida, ignorando el futuro, el mañana, dejándose llevar por el
rumor del océano, derrotado por la vida. Tan irónicamente.

domingo, 7 de marzo de 2010

Sinquerer querer...

Entre el pasado buscado
y el futuro inesperado.

Busqué y me aseguré de tener
lo que creía que merecía.
Me esforcé y esforcé,imbécil de mí,
para poseer lo que en antaño más quería.
El sacrificio fue en vano,
de nada sirvieron ilusiones ni planes.
Todo se evaporó,desapareció sin más,
murió con los echos que me mataron también a mí.

Almenos a la que creía ser yo.

Me maldije,deseé no existir,
me odié y me arrepentí.
Me arrepentí de dejar volar mi sueño,
por dejar que el viento del día a día
se lo llevara consigo.
No podía ni mirar dentro de mí,
sin querer desaparecer con lo que se había marchado.
No conseguí nada y creí consumirme.

Pero sin pensarlo siquiera llegó el futuro inesperado.

Sonrío,sí sonrío y no puedo evitarlo.
A mi alrededor ya solo hay rayos de luz,
enviados por el sol hasta tu ventana,
para una vez más,sacarme una sonrisa.

Ahora solo hay risas y caricias,
entre sábanas de besos,
en la cama de la felicidad.

Se marchó la inexisténcia,ahora existo más que nunca.
Ya no conozco el odio ni el arrepentimiento,
ya no hay de que preocuparse,ni que temer.
Ahora sin dormir siquiera,
sin desearlo con todas mis fuerzas
sin buscar el sueño me choqué con él.

Él me encontró a mí,
mi sueño soñaba conmigo y ahora despiertos
no nos hace falta soñar.
Ahora prefiero no dormir,
mirarte y sonreír.

Ahora me relajo, vivo en un sueño,
¿que más puedo pedir?
Voy volando,elevada por tu sonrisa,
y repito que solo puedo sonreír.

Ya solo hay tardes de película,
noches perfectas y mañanas brillantes.
Horas y horas que pasan sin avisar,
fugaces como los momentos sin sonrisas
en mi rostro si tú estás.

¿Si te quiero,me preguntas?
¿Te atreves a planteartelo siquiera?
Y yo respondo:

"¿Ves aquella estrella?
¿La más lejana,la menos brillante?
Detrás de ella hay millones de estrellas más,
tan lejanas,tan perdidas en el infinito
que su luz no puede encontrarnos.
Pués bien,
la distáncia entre la más lejana de ellas
y la Tierra,y nosotros...
Es una mínima parte de lo que yo te quiero,
una parte pequeña,diminuta.
Lo que te quiero,lo que eres para mí,
no se puede medir,
nisiquiera con todas las estrellas
que desde el cielo nocturno nos abrigan."


Sonries,
y una vez más yo sonrío.