jueves, 26 de enero de 2012

Mi Hada.


Fue navidad y conocí su voz, sus ojos, vivos y brillantes,
esperando a cada instante que de un buen recuerdo se tratase.
Bailaba sin compás, porque las notas que sus oídos escuchaban
no se parecían para nada a las que el resto creíamos escuchar.
Ella movía los pies a otro son, como si, a pesar de que su cuerpo
se encontrara junto a nosotros, su mente volara lejos de allí.
No la conocía más que de un par de horas, pero mi cuerpo,
mi mente y mi corazón sentían que llevaba junto a mí toda la vida.
Después llegó el vacío, no estaba su melodía, ni sus manos se
expresaban cerca de mí, no estaba su sonrisa ni devariaba para mí.

Pero... ¡Volvió!
Volvió como tan solo ella sabe, una estrella cegadora en un cielo negro.
Volvió y con ella la sonrisa, y con ella el calor... y con ella la primavera.
Volvió y se quedo aquí, aunque no fuera en cuerpo... aunque no fuera
visible, la sentía detrás de mí cuchicheando entre risas.
Y así fue como me enamoré, no de un cuerpo, no de una moda,
sino de una mente y un corazón que a día de hoy aún es imposible
expresar con palabras.
Y así quedó ella para siempre, pasara lo que pasara, quién y cuando,
en mí... para mí.
Y yo en ella, para ella.

Como un duende pequeño y borrachuzo, que solo sabe colarse por los
más diminutos recobecos para llenarme de sus delirios y sus risas...
Como un hada que cada noche se posa cuidadosamente sobre los pies
de mi cama, y en silencio me observa y me arropa en las horas de más frío.

Así es ella... mi estrella.

Así ha quedado, ahora sí físicamente, para siempre, tatuada en mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario